Andrés González

Ser hincha de Millonarios, no es un sentimiento, es un arte


Ser hincha del fútbol en Colombia,  es vivir con angustia existencial por la ausencia de grandeza, pero el hincha de Millonarios ve dinamitada esa problemática gracias a su actividad, a un elemento que trasciende un sentimiento.

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De padre y de madre, de herencia, de rebeldía, de voluntad y de valentía,  ser un verdadero hincha de Millonarios es entrar al club del 5%, es honrar en vida o muerte a nuestros progenitores o darle un rumbo revolucionarios a nuestros apellidos. Ser hincha de Millonarios es dar, sin esperar nada a cambio.

Ser hincha de Millonarios es la actividad más intensa que puede tener un hincha del fútbol, un día eres el mejor del mundo, al otro, eres el hazmereir de toda una ciudad; en un minuto, eres el símbolo del fútbol colombiano, al siguiente eres la mayor decepción de la raza nacional. Ser hincha de Millos es un reto que sobrepasa cualquier razón, ser hincha del Embajador es un sentimiento independiente, que no va de amor, ni odio, que no conoce de obsesiones, lógicas y va más allá de la pasión, es un arte particular.

“¿Ser hincha de Millonarios es un arte?” Escribiría el escritor y psicólogo alemán Erich Froomm, aquel hombre que una vez escribió “El Arte de Amar”, se daría cuenta, que como en el propio amor, ser fanático del Embajador es un caso particular y no podría ser considerado como un sentimiento, es una propuesta, es una acción activa, una elección constante que tiene sus propias condiciones, sus propias particularidades que lo diferencia de otras elecciones, de otros hinchas y de otros sentimientos.

De dada forma, mientras otros ven la historia de sus equipos como épicas batallas contemporáneas que enmarcan con un dulce color dorado la esencia de sus equipos, el hombre, mujer o niño que se viste con la azul, es un ente condenado a la nostalgia, un acto particular de ver la grandeza de su “nación” en los actos del pasado, de las leyendas que se plasman con sangre indeleble en el marco estelar de las constelaciones distantes, aún así, esta condición es aceptada y dignificada,  cada hincha de Millonarios reconoce este paradigma y firma un contrato, siendo consciente, que la nostalgia dirigirá su vida, cediendo los atisbos de cordura que le restan.

Pero este, es tan solo el principio, no solo basta con esta reflexión y aceptación de la nostalgia, luego de ver aquel contexto, el hincha de Millonarios vive la victoria con incertidumbre, con el razonamiento elocuente del “peor caso”, que la remontada está a la vuelta de la esquina, ya sea impuesta o por “mano negra”, la misma victoria tiene un tinte dramático de caída, de ruptura. 

Luego de la nostalgia, de vivir la victoria con incertidumbre, el siguiente paso, como todo arte, es la disciplina, en ningún lugar encontrarán un hincha, más hincha, un ser más entregado, que aquel que se desvive por el Embajador, quién cada domingo se persigna, le da el sentido de su día a la hora en la que juega el azul, su ceremonia, aunque común, se convierte en un proceso funesto, entre el nerviosismo, las cábalas y el azul inmortal en su pecho, arropado por el folclore clásico de su particular sentido.

Por último, el hincha de Millonarios no sabe de suerte, de hecho, ella, la Diosa Fortuna, es una vieja amante que ya ve en sus memorias el olvido de la bonanza, el azar es accidentado, fortuito, fallido, el hincha vive con la conciencia de que el equipo debe ser el Coloso de Rodas para imponerse, debe arrollar para encontrar un trozo de felicidad al final del partido, ya que cada “juego de ruleta” está condenado a la quiebra, a la derrota.

Como en el arte de amar, ser hincha de Millonarios, es tanto teórico como práctico, requiere un conocimiento histórico, de los hechos más longevos del fútbol colombiano, de sus dinámicas, de sus relaciones, de su química descomunal y su física irracional.

 Así, en tanto a la práctica, es la persistencia de dar, de aguantar, de bancar cada temporada y decepción con la mejor cara, con el rostro iluminado de nostalgia, lleno de incertidumbre, persistente, eso sí, a seguir al equipo en la cúspide máxima de su majestuosidad, en la hiriente mancha de actualidad , por si fuera poco, destinado a nunca tener suerte, ser de Millos no es un sentimiento, es un arte.

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