La herencia de papá


Del fútbol me encantan los jugadores que, sin importar la posición, sean trabajadores, honestos. Responsables con su labor. Talentosos y de buen pie. Que a donde vayan los quieran por su don de gente. Grandes personas, con un corazón enorme, como el de mi papá.

– “Trabajé con su papá en tal año” …,
– “Él estuvo con nosotros cuando…”
– “Su papá me ayudó mucho”
– “Fuimos juntos a…”
– “Lo conocí en…”
– “Gran persona…”
– “Su papá…”

No está entre nosotros.

Se ha ido.

Para mi mamá, la persona que más siente el vacío de su ausencia, quien lo amó y cuidó en la salud y la enfermedad, fue el privilegio de compartir a su lado durante medio siglo.

Sus amigos, conocidos, los compañeros de trabajo. Todos coinciden en que fue un gran hombre, generoso, de vastísima trayectoria. En términos futboleros, el ídolo del pueblo.

Si a la edad la midieran por experiencia y no en tiempo mi papá vivió el equivalente a 160 años. Los 81 se quedan cortos y rememorarlos es como repasar una antología de cuentos, con escritos que muestran con agudeza las etapas gestoras de su carácter y le dejaron algo para un mejor mañana. Amó y valoró a su familia. Fue trabajador, responsable e incansable. Que nunca falte el pan de cada día y a sus hijos todo porque ellos nunca deben sufrir lo que él pasó en sus momentos más difíciles.

Las primeras señales de que algo raro sucedía con su salud aparecieron cuando se negó a salir. Él, aún en los quebrantos propios de la edad, detestaba el confinamiento. Quería estar afuera, en la calle, en el parque, tomando tinto o en el billar. Como un niño inocente, deseoso de la pilatuna, se iba sin decir nada y cuando regresaba en su mirada se palpaban las ansias por volverse a ir. Que después de tantos años prefiriera la habitación fue la señal de alerta, la de una angustia encubridora del adiós eterno.

Uno le encontraba conversación con cualquier tema. Tan curtido y con múltiples vivencias que parecía albergar en su memoria una colección de relatos, siempre con algo para decir. Entre tantas cosas que me enseñó para la vida, una muy especial fue el fútbol. Lo hizo desde el amor del hincha, el más noble de los sentimientos por este deporte.

Contar lo que fue el fútbol a su lado parte de lo más básico porque no fue una relación de diálogos infinitos, llenos de conceptos o aprendizajes permanentes. Lo hizo sencillo, con una enseñanza simple, fundada desde la herencia familiar. En los Cifuentes, el azul manda en nuestros corazones. A mí papá siempre le agradecí por haberme presentado a una de las grandes pasiones de mi vida.

Mi primer partido en el estadio fue con él, en oriental numerada. Arriba, para que no nos dé tanto el sol o si llueve, que no nos mojemos. Fue su regreso a El Campín después de mucho tiempo ausente. Volver a la tribuna despertó en él el fuego sagrado de todo aficionado. Alguna vez me contaron que en su juventud era seguidor fiel. Más tarde comprobé en sus remembranzas de la época lo mucho que lo marcó Alejandro Brand (¡cómo le dolió la lesión que acabó con su carrera!), la sede deportiva del Barrio Minuto de Dios o jugadores que le encantaban como Willington Ortiz, Jaime Morón y Arnoldo Iguarán. Lo que hoy es un “hincha del aguante” era él, pero en otra época y a su manera. En sus mejores planes estaba ese, escrito con tinta indeleble: Ver a su “Millonaritos del alma”, a “Millitos”.

Papá me contagió no solo de la herencia familiar más futbolera, sino de un deporte al que estudio con respeto y le soy fiel desde que me mostró que ese podía ser, por qué no, el camino a seguir. Cómplice de mis caprichos, de mis gustos, de mis terquedades. Miento si les digo que con él había tertulia permanente alrededor del balón. Con el paso del tiempo, ahora que lo recuerdo desde el vagón de la nostalgia, a mi papá le gustaba sentarse a escuchar las cosas que le decía. Sonreía y muy de vez en cuando controvertía. Respetaba mis opiniones de fútbol como yo muchas veces recibí sus consejos sobre la vida.

Mi primer Diario Deportivo me lo compró él. O esa costumbre de sintonizar la radio al mediodía a escuchar lo que decía Iván Mejía. Siendo su copiloto en mis vacaciones, los mejores recuerdos que tengo de mi niñez y parte de mi adolescencia fueron sentado junto a “Don Miguelito”, como tantas veces se lo escuché decir a muchos de los que trabajaron con él. Los más cercanos se referían a él como “chatico”. Yo le decía “Pa”.

Que haya llegado al periodismo porque amo al fútbol fue más bien el camino alterno. La meta quijotesca, utópica, era jugarlo. Mi papá hizo todo lo que estuvo a su alcance y hasta me inscribió en una escuela. En aquel entonces llegó la propaganda de un torneo llamado Tuttfruti, cuyo proceso de inscripción consistía en reunir un determinado número de tapas. Eran bastantes: 1.800 tapas o 600 cajas de Tutti Frutti. Con la fecha límite ahí, respirando en la nunca, no se tenía ni la tercera parte de las tapas. Le comenté a papá lo que pasaba y él se encargó de la magia. No solo salió a mi rescate, sino el de toda la escuela de fútbol. Dos días después llegué al entrenamiento con tres bolsas llenas de tapas. Más de 2.000 por cortesía de don Miguel.

Una de las primeras cosas que hice por mi pa en su lecho de enfermo fue tratar de traer de nuevo al bendito fútbol que tanto nos gusta para ver si así tanto dolor tenía un leve escarmiento. Pero era tan fuerte la enfermedad, que ya ni eso le interesaba más allá de la compañía paliativa. “Tranquilo, pa. Soy yo, Jeison. Ya llegué para cuidarlo”, le dije la última noche que nos vimos en la clínica.

Confieso que muchas veces voy hasta el apartamento y miro de reojo su habitación, para ver si lo encuentro allí, recostado, viendo televisión, y que ojalá me pregunte por los partidos que transmiten para así mismo decirle con el corazón en la mano y a punto de reventar en llanto que ya no me interesan, que el fútbol dejó de ser importante desde que él ya no está.

Lo extraño demasiado, viejo. Me duelen estas líneas, pero las siento necesarias, compensatorias. No por aquello que dejamos de hacer o decir, sino por tanto que había por delante para vivir.

Hola. Me encuentran en Twitter como @jeisoncifuentes. Comunicador social. Si quieren escribirme: [email protected].

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