Junior es el único equipo en el que le ha ido mal a Albero Gamero. Pésimos refuerzos, eliminación dolorosa y rumor de sindicato.
En Tunja, Ibagué y, más recientemente, Bogotá. En casi todos los lugares por los que pasó Alberto Gamero como director técnico es bien recordado. Sabe lo que es ser campeón con diferentes clubes, ganando finales muy difíciles como la que hubo recién entre Millonarios y Nacional. La única ciudad en la que no hay una buena de él es Barranquilla porque su era en Junior fue tan corta como penosa.
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Llegó a inicios de 2017 con bombos y platillos pero ya con los “refuerzos” empezó mal. Lewis Ochoa, Rafael Carrascal, Robinson Aponzá, Leonardo Pico, Héctor Quiñones, Jonathan Estrada, Jonathan Ávila, Bernardo Cuesta y Juan Camilo Roa. Todas contrataciones pedidas por el DT samario y que, cuando uno las mira en retrospectiva, parecen fichajes de un conjunto de mitad de tabla.
Estrada y Ochoa, por ejemplo, no se podían mover. Físicamente ya eran jugadores disminuidos por la edad. Rafael Carrascal, que luego sí sería figura en Millonarios y América, lo único que hizo en Junior fue protagonizar un feo accidente de tránsito por manejar en estado de ebriedad. Y así uno podría seguir mencionando defectos de todos estos futbolistas.
En la liga iba a los tumbos pero todo se desmoronó en la fase previa de la Copa Libertadores. El planteamiento de Gamero en el partido de vuelta contra Atlético Tucumán fue tétrico. Antes de la media hora Los Tiburones ya perdían 3-0 y estaban eliminados. Táctica y anímicamente no había nada. En Argentina murió el proyecto.
Para colmo de males, a los pocos días se viralizó un audio en el que alguien contaba la forma en la que supuestamente Sebastián Viera y otros referentes le estaban haciendo la cama al entrenador, jugando mal a propósito. Nunca se comprobó dicho mito.