Reglas curiosas del fútbol aficionado, el que se juega en la calle


En cancha de 5, 7, 9 o 11, en barro, cemento, césped o sintética, no importa nada, solo la pelota y la victoria. Los premios se limitan a un six pack de cerveza, y la afición de turno grita con fervor: “¡Este es el verdadero fútbol aficionado!” El fútbol de la calle, el de las farolas, el del barrio.

Lejos de los contratos televisivos, las marcas y la farándula, está el verdadero fútbol que se nutre entre raspones, moretones, peleas clandestinas, dichos cómicos que van y vienen como los años mismos, y la magia de desconocidos que se nutren con una bandeja paisa, una mazamorra, el ajiaco comunitario o la fritanga de paso.

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Acá no hay nutricionistas, ni dietas de la manzana o la luna, acá se come de todo, de hecho, el “Cuidar la figura” se resiste a entrar en la cancha; el flaco que está hasta los huesos suele ser el que más calidad tiene, el “gordo” come aún más para llenar el arco, y el supuesto atleta es visto de reojo por su falta de entrega.

Siendo considerado una madonna que se pasea por el potrero, como un pulpo fuera del agua. Pero en el mismo caos, la belleza se exhibe como una virtud difícil de describir, una estética que no todos pueden apreciar:

¡Qué bella es una patada que se convierte en quilombo y no hay expulsados!

Porque en los estamentos no escritos de este rocambolesco fútbol, el juez no existe, el “Chulo” es vilmente discriminado y se le niega su ingreso, la justicia es impuesta por mano propia.

De esta manera y gracias al voz a voz, la configuración de los mandamientos del fútbol callejero se exponen como códigos de amigos, leyes del barrio que emergieron como narrativa en contra de lo naturalmente estipulado, y quien las incumpla es exiliado del “parche”, de la “Banda”, del “Ghetto”, del “team” o simplemente, del equipo, en este fútbol de las farolas, las leyes las hace el pueblo…

 

La ausencia del silbato, del referí, obliga a un bucle interminable de jugadas magistrales, pases excepcionales, atajadas impresionantes, que con la caída del sol y el surgimiento de la noche, se van convirtiendo en patadas excepcionales. El balón trasciende el espacio, la materia y el tiempo, para finalizar en la nada misma.

Lo curioso es que pocos son los que se acobardan, siguen firmes en su idea de ganar el partido para preservar los recuerdos de aquel tercer tiempo. Eso sí, de vez en cuando hay un desgonzado ser que se retira, pero no importará, siempre, como otra regla inexorable, de las gradas, de las calles, saldrá uno más dispuesto a seguir jugando.

EL PARTIDO ACABA CUANDO TODOS ESTÁN CANSADOS

 

 

Cómo bien lo describimos, la dieta es una ultranza a lo racional, las pasiones son las que terminan guiando las piernas, el pecho y las manos, por lo que aquel ser que con su físico impone condiciones para llenar la totalidad del arco es vestido de guardameta así no quiera, no le queda de otra que ser el sentenciado a vivir en soledad, en una portería en donde se encuentra a merced de propios y extraños.

En ocasiones, este extraño ser emancipado de toda compañía, se encuentra bajo algunas varillas corroídas, en otras, limitado por algunos palos, postes e incluso árboles; a veces, sus condiciones, sus dimensiones, son desproporcionadas, delimitadas por piedras, maletas e incluso pequeñas porterías que apenas si le llegan a las rodillas.

Sin importar la forma, textura, material del arco, el “Gordo” siempre irá al él,  ensanchando aún más su figura para defender con vigor contra quienes atenten contra su querido pórtico.

EL GORDO SIEMPRE VA AL ARCO

 

 

 

Por normas claras, el goleador es aquella estrella que en un partido en el potrero marca 4, 5 y hasta 6 goles, pero su poderío se ve opacado por la displicencia con la que camina la cancha. Sus botas, botines o guayos están hechos de plomo, se limita a deambular cerca del área rival, con piques cortos que lo llevan a toparse con los morros del portero rival.

Este, el Palomero no sigue reglas oficiales, la desbarata línea de defensas apenas es un simple límite no gubernamental, acá ningún banderín se alza con descaro para ahogar el grito de ¡GOOOOL! 

NO EXISTE EL FUERA DE LUGAR

 

 

 

El popular “Mercato” europeo es un juego de niños de cara al azar que genera el “Pico y Pala”, en donde la suerte es la gran protagonistas de la selección de jugadores, mientras que en las grandes esferas del fútbol, el prodigioso técnico se encarga de elegir a los mejores jugadores, acá, las dos figuras de las calles, del barrio o del “ghetto”, se enfilan frente a frente, cuál duelo del viejo oeste para hacer un pico y pala, con la intención de seleccionar a sus soldados.

Uno a uno, los nombres caerán, las primeras selecciones, como si fuera en un draft de la NBA, serán lo mejor de lo mejor, mientras que los últimos, las sobras de las sobras, son los troncos que deambulan por las canchas del barrio, quienes alardean, con pena, tener dos pies izquierdos, una tabla por pecho y la cabeza cuadrada, extraños seres que son motivo de burla, dicha y asombro.

EL EQUIPO SE ORGANIZA EN UN “PICO Y PALA”: SER EL ÚLTIMO ES UNA HUMILLACIÓN

 

 

 

Cómo si la vida no solo fuera cuestión de azar, por simple naturaleza, lo que parece injusto, acá es bendecido por la balanza del equilibrio, la honradez y la protección del “débil”. 

Casi como si fuera cuestiones de compensación, luego de una tarde entre el barro o en el cemento, de donde los jugadores se resisten a retirarse, hay un grito que simboliza el pitido final, que proclama con rabia el ocaso de la jornada “¡El que haga el último gol gana!”.

Y como si fuera una práctica cruel, no importa si el equipo A le saca 10 goles al equipo B, aquel alarido se pronuncia con tal fuerza que aquel balón se disputa con intensidad y sosiego, la victoria está perfilada en aquella última jugada, borrando todo atisbo de magia a lo largo del cotejo.

EL EQUIPO QUE HAGA EL ÚLTIMO GOL GANA

 

 

En el fútbol en donde las cámaras brillan por su ausencia, el viento pega directamente en el rostro de los deportistas sin ningún tipo de filtro y la hora “prime” es cuando las farolas emiten una luz que se desvanece entre tanta oscuridad y el humo de la comida de los pequeños coches que se aparcan junto a la cancha crean una atmósfera misteriosa.

Allí y solo allí, el premio es tan ridículo que cualquier guerra se ve minimizada a causa de las patadas, los golpes e intensidad con la se juega, todo por una gaseosa, un six pack de cerveza “la copa más grandiosa es un roscón con gaseosa”.

LAS APUESTAS, COMO LA FINAL DEL MUNDIAL

 

 

 

Sin importar la superficie, los baches, las grietas, la pintura, el rectángulo en donde se juega es totalmente sagrado, libre de humo y toda bebida que atente contra la percepción de los deportistas. 

Así, como gran narrativa, los lugares se convierten en símbolo del barrio, de los lugares que la comunidad más hábil para el deporte, acá no hay cancheros que pasen con sus máquinas a limpiar la grama, cada jugador se encarga de preservar en las mejores condiciones posibles su parcela.

LA CANCHA SE RESPETA Y NO SE MANCHA

 

 

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