Desde el 6 de octubre del 2.018 Deportivo Independiente Medellín no derrota a Atlético Nacional haciendo las veces de visitante. Si en algún partido tuvo todo servido para acabar con esa racha fue en el de hoy. Pero fue un equipo cobarde y eso no le permitió disfrutar de la victoria.
Deportivo Independiente Medellín planteó un partido conservador, pero sin renunciar al ataque. Apostó por mantener el orden defensivo, cerrarle los caminos a Nacional y salir con rapidez usando un fútbol directo a buscar el arco rival.
Dicho y hecho, todo a pedir de boca. A los 20 minutos ya ganaba, producto de un pase magistral de 40 metros de Daniel Torres, el mejor del Poderoso, y una definición exquisita de Luciano Pons.
A partir de ese momento al Rojo se le olvidó buscar la portería de Mier, se conformo con el gol y se dedicó a administrar el resultado. Demasiado pronto para mi gusto, pero de cierta manera aceptable.
Sin embargo, antes de terminar la primera parte el Poderoso recibió un regalo de los dioses del fútbol. Castro se pasó de revoluciones, le metió un manotazo sin balón a Pons y fue expulsado.
Los equipos grandes huelen la sangre y van por su presa, se lanzan con furia a la yugular para someter al rival. Nada más distante de la realidad. El Rojo salió a jugar el segundo tiempo con una combinación de cobardía y falta de ambición pasmosa.
Le regaló campo, balón e iniciativa a Nacional y se limitó a esperar que el reloj dictara el final del partido, aguantando en propio campo la mínima ventaja.
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El castigo llegó en el minuto 86 con un doble error de la barrera y del que nunca se equivoca, Mosquera Marmolejo.
Factura cobrada por un Nacional que vio el miedo del Medellín y fue por el empate con todo lo que tenía, a pesar de estar en clara desventaja.
Empate con sabor a derrota para un Medellín cobarde.
