Camilo Henao
Camilo Henao

Los verdaderos trofeos que me dejó el fútbol


Soy una persona afortunada. Durante mis primeros 25 años de vida, el fútbol acompañó gran parte de mis días. Lo hice prácticamente todo: me convertí en hincha de un equipo de fútbol que jugó y perdió tres finales consecutivas de la Copa Libertadores, seguí como un inocente fanático los entrenamientos y las concentraciones de una Selección Colombia que para esos días nos invitaba a soñar con jugar y ser protagonistas de un mundial de futbol.

Aprendí a jugarlo y me convertí en un entusiasta arquero, que muy pronto obtuvo el primer y más cruel grado que se requiere en esta ingrata posición: recibir mis primeros 1.000 goles, para así, curtirme y hacerse medianamente decente debajo de los tres palos.

Mi semana se armaba como un complejo ‘tetris’ de fechas de partidos, entrenamientos, amistosos o simplemente quedarme dos o tres horas luego de terminar las clases del colegio a patear el balón y jugar un duelo a muerte con mi más querido y aguerrido rival y amigo del alma, por el simple deseo de ganarnos nuestro mayor trofeo: donuts de chocolate y jugo de naranja.

Aún recuerdo esas noches en las que limpiaba con mística ciega mis guantes, mientras el agua tibia y mi delicado roce de los dedos evitaban y escondían esos inevitables huecos que empezaban a salir en las esquinas; mientras tanto, mi mente repasaba jugadas, equivocaciones, grandes atajadas y soñaba sin límites con grandes tardes.

Era una época diferente a la actual, el comercio y el mercadeo apenas daban sus primeros pasos, las tiendas de fútbol eran escasas, así que mis únicos guayos y guantes eran una especie de armadura que debía usar y conservar por varios años; sin mayores aspiraciones de ser renovadas.

La herencia más valiosa

El fútbol me dejó tantas cosas que hoy me resulta imposible ver su práctica como un simple deporte. Adquirí disciplina, aprendí a perder, a jugar en equipo, a esforzarse por ganarse un puesto en la titular, a saber, que el error y la equivocación hacen parte del mismo juego y con son situaciones con las que debo convivir.

Del fútbol aprendí las lecciones más importantes de la vida. Supe pronto que sólo con trabajo y esfuerzo podría potenciar mis condiciones y corregir mis debilidades. Entendí que la parte metal era tan importante como la física, para alcanzar cualquier objetivo que me trazara en la vida.

Pero sin duda lo más valioso que me dejó el fútbol fueron mis amigos, incluso quienes no lo practicaron, pero que siempre estuvieron a nuestro lado, porque simplemente entendieron que ahí es donde más felices éramos. Con ellos, todos juntos, ganamos algunos trofeos, perdimos muchos partidos, y aprendimos a apoyarnos, a saber, que en equipo se es más fuerte y que sólo así es posible conseguir las victorias más importantes de este deporte.

Hoy, casi tres décadas después de aquellos momentos felices, esos amigos con los que tanto tiempo jugué fútbol, los que conocían mejor que nadie mis debilidades, los que a veces, con más cariño que objetividad, volvieron un par de tapadas mías, increíbles relatos de gloria, siguen estando presentes y junto a mí.

Nosotros, los de entonces…nos alimentamos de fútbol. Éramos uno eruditos en este deporte que nos llenó de momentos que nos cambiaron para siempre, cuando digo momentos, me refiero a esos espacios que teníamos partido y partido, entre los recorridos que hacíamos por la ciudad buscando un campo de juego, mientras nos cambiamos; cuando íbamos a tomarnos algo al final de cada partido para refrescarnos y recordar sin límites de esas jugadas que nos marcaron.

En cada uno de esos momentos hablábamos de la vida, de nuestras preocupaciones, planes, amores y temores. Así poco a poco nos fuimos haciendo; entendiendo que el partido importaba, pero que también había otras cosas que nos definían y nos permitían sentir pasión por lo que más amábamos en la vida.

Sentíamos como si fuera una victoria propia cuando uno de nosotros lograba vencer sus miedos, y cabecear el balón, pegarle con izquierda o devolverle la pelota al arquero para volver a iniciar la jugada. Aún recuerdo la mística que creamos todos juntos, la felicidad que me daba celebrar un gol, corriendo al encuentro con este defensa central que tanto quiero.

Han pasado tantos años desde aquellos días, pero al igual a como nos pasaba en ese entonces, nos seguimos convocando, incluso hacemos los mismos chistes. Aún hoy jugamos en equipo, dentro de la cancha y en la vida misma. Este es sin duda el mayor tesoro que me dejó este deporte.

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