22 años y 65 camisetas de fútbol colgadas en mi clóset. Puedo decir que buena parte del dinero que he ganado ejerciendo como periodista deportivo se ha redirigido a aumentar esa pasión que, teniendo en cuenta mi experiencia reciente, no tiene final ni freno alguno. Eso sí, coleccionar camisetas de fútbol se convierte un dolor de cabeza que cualquier futbolero podría soportar.
Lo primero es que coleccionar camisetas de fútbol acerca al aficionado al reino de los cielos. Poder adquirir una pequeña pieza de la grandísima historia que se ha escrito en las canchas. De tienda, versión jugador, réplica oficial o no oficial, utilizada por algún profesional o cual sea el origen.
Más allá de la tribuna o un televisor, el hincha de a pie no tiene ese acceso privilegiado a la realidad alterna del fútbol. Una camiseta, del valor económico que sea, es la mayor prueba de que el fútbol es real y de que sus jugadores, dioses del Olimpo, están en el mismo plano terrenal, o por lo menos, sus armaduras que llevan con monotonía.
Lo que más fundamenta la existencia del fútbol y sus equipos es la presencia de patrocinados en cada camiseta. Al costado, por delante y por detrás. Ese carácter indescifrable que se expresa en un sponsor poroso y deteriorado por el tiempo, el uso y el desuso. Gracias a las empresas pomposas de dinero, mismas que le dicen al ojo del hincha: “Hay vida en el espacio”.
De perfil, cuando una camiseta se arruma sobre la otra en un armario, las mangas dan cuenta de qué tan sorprendente puede ser una pieza. Lo mínimo, en la mayoría de casos, es ser esa carta de presentación; liga, marca o color que identifica a una escuadra. Diría incluso que esa hilera de mangas diversas son una imagen para toda la vida.
Es una utopía detener la rutina de un coleccionista, o bien, alguien que adquiere constantemente prendas futbolísticas. Los modelos son infinitos, sin olvidar la grandísima lista de equipos disponibles al rededor del planeta. Hoy, con las redes sociales, los comerciantes aumentan y he ahí el mayor golpe de estrés; saber escoger entre un catálogo lleno de tesoros innegables y que aportan algo diferente, algo que no se consigue con la opción anterior o siguiente.

Colección Samuel Vásquez Rivas
Los dorsales son ese sexapil camisetero; pensar que alguien que parece irreal pudo vestir una pieza idéntica, considerando la existencia escasa de camisetas utilizadas durante juegos oficiales y con detalles inéditos, tales como la suciedad del césped o los daños del trajín y el roce.
Esos números acompañados de un nombre, una simple identificación arbitral y televisiva que, para los aficionados maltratados por la industria, significan la proximidad con lo más alto y sagrado.
Un número 10, sublimado o en terciopelo, le da mucho más brillo a una pieza que, bajo la mirada neutral, es un pedazo de utilería lleno de publicidad y digno de una lavada. Es poder decir: “Es la camiseta de Maradona”, incluso con millones de ejemplares existentes que no tuvieron nada que ver con el astro.
Un ejemplo claro de lo dicho anteriormente es la colección del periodista español Alberto López Frau. El coleccionista cuenta con más de 130 camisetas, en gran parte adquiridas en tiendas oficiales y algunas otras réplicas.
Según lo cuenta, sus piezas fueron utilizadas en finales europeas, portadas por los grandes colosos del fútbol español, incluso siendo apenas una referencia textil similar a la casaca auténtica, un satélite emocional.
Eso es lo especial: darle sentido a una pieza de vestir y creer con convicción sobre la leyenda que puede contar un producto industrial, tal vez insípido para una mente externa. Las camisetas de fútbol solo son especiales cuando se les da una interpretación individual, un poder mágico que inspira al comprador y portador.
Soy Comunicador social y periodista de la ciudad de Medellín. Coleccionista de camisetas de fútbol desde algunos años; todas son interesantes, sobre todo las de equipos y modelos no tan conocidos. Mi correo es [email protected]; mi Instagram es @samuelvasquezrivas y mi número celular es +57 322 614 35 44
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